Por Angelo Negrón
Desperté como siempre, con una sensación de cansancio irremediable, y al ponerme de pie divisé mi figura en el espejo. Como cruel realidad; distinguí a un ser apagado por los años; con menos cabello y el rostro lleno de arrugas. Sin entender que sucedía me dirigí a la sala. Allí estaba mi cómodo sofá blanco y las rosas, ya marchitas, que había regalado a mi amada. Al verlas recordé que estaba solo. Ella se había marchado dejándome en la más triste soledad. Observé la fotografía que se nos tomara juntos en una biblioteca. Pensé en aquel tiempo cuando nuestra juventud nos tentó a amarnos sin inhibiciones. Un llamado a la puerta me sacó de mis cavilaciones. Al abrirla la encontré diciéndome: “he vuelto te daré una oportunidad más”.
Las canas en su cabello me hicieron recordar lo mucho que ella había sufrido por mi culpa. La felicidad inundó mi alma. Le prometí que todo estaría bien. Esta vez todo seria diferente. La soledad que experimenté sin ella me había hecho recapacitar. El amor tan inmenso que sentía se lo demostraría por siempre. Se acercó. Me abrazó luego de un tenue beso. Le dije que empezaríamos de nuevo. Ella sonrió, como nunca lo había hecho, con una ternura que me envolvió cálidamente. Se dirigió hacia el radio. Al encenderlo y escuchar la romántica canción que una vez le cantara frente a su ventana experimenté un terrible dolor en el pecho. De repente la canción cambió de tono. Dejó de ser romántica para convertirse en esa música incoherente que está de moda. Sentí que mis oídos querían estallar.
—¡Malditos jóvenes y su música! — dije en voz alta. El dolor fue cesando. Al volverme noté que en el rostro de mi amada asomaba una lágrima. Extrañamente padecí un mareo que me dejó inconsciente por varios segundos...
Cuando regresé a la normalidad apagué el radio-reloj que alborotaba a todo volumen. Busqué alrededor. Volví a mirarme al espejo. Aunque no tenía las arrugas, ni la escasez de cabello, con tristeza y desesperación grité:
— ¡Carajo, ella no ha vuelto, todo fue un sueño!
Desperté como siempre, con una sensación de cansancio irremediable, y al ponerme de pie divisé mi figura en el espejo. Como cruel realidad; distinguí a un ser apagado por los años; con menos cabello y el rostro lleno de arrugas. Sin entender que sucedía me dirigí a la sala. Allí estaba mi cómodo sofá blanco y las rosas, ya marchitas, que había regalado a mi amada. Al verlas recordé que estaba solo. Ella se había marchado dejándome en la más triste soledad. Observé la fotografía que se nos tomara juntos en una biblioteca. Pensé en aquel tiempo cuando nuestra juventud nos tentó a amarnos sin inhibiciones. Un llamado a la puerta me sacó de mis cavilaciones. Al abrirla la encontré diciéndome: “he vuelto te daré una oportunidad más”.
Las canas en su cabello me hicieron recordar lo mucho que ella había sufrido por mi culpa. La felicidad inundó mi alma. Le prometí que todo estaría bien. Esta vez todo seria diferente. La soledad que experimenté sin ella me había hecho recapacitar. El amor tan inmenso que sentía se lo demostraría por siempre. Se acercó. Me abrazó luego de un tenue beso. Le dije que empezaríamos de nuevo. Ella sonrió, como nunca lo había hecho, con una ternura que me envolvió cálidamente. Se dirigió hacia el radio. Al encenderlo y escuchar la romántica canción que una vez le cantara frente a su ventana experimenté un terrible dolor en el pecho. De repente la canción cambió de tono. Dejó de ser romántica para convertirse en esa música incoherente que está de moda. Sentí que mis oídos querían estallar.
—¡Malditos jóvenes y su música! — dije en voz alta. El dolor fue cesando. Al volverme noté que en el rostro de mi amada asomaba una lágrima. Extrañamente padecí un mareo que me dejó inconsciente por varios segundos...
Cuando regresé a la normalidad apagué el radio-reloj que alborotaba a todo volumen. Busqué alrededor. Volví a mirarme al espejo. Aunque no tenía las arrugas, ni la escasez de cabello, con tristeza y desesperación grité:
— ¡Carajo, ella no ha vuelto, todo fue un sueño!